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Caminos de Agua

A Costa Rica se le ensanchó once veces su territorio cuando, en setiembre de 1869, ondeó por primera vez su bandera tricolor en lo alto de Punta Colnett. Esa toma de posesión de Isla del Coco, ubicada a unos 500 kilómetros del continente, hizo que este país de tan solo 51.000 kilómetros cuadrados, pasara a tener una Zona Económica Exclusiva de 574.000 kilómetros cuadrados.

En ese inmenso mar patrimonial, Costa Rica resguarda arrecifes de coral, praderas de pastos marinos, un domo térmico, una fosa oceánica de más de 4.000 metros de profundidad y una cordillera submarina más grande que la Cordillera de Talamanca, de Guanacaste y la Volcánica Central juntas. Una cadena de montañas y volcanes submarinos de hasta dos mil metros de altura que nace frente a Quepos y corre en dirección a las Galápagos. Casualmente, Isla del Coco es el único punto visible de esa dorsal submarina, que sirve de autopista acuática a larvas y juveniles de diversidad de organismos marinos que enriquecen las aguas del Pacífico Oriental Tropical.

En su vientre más azul, Costa Rica da refugio a más de 6.700 especies marinas, 90 de ellas únicas en el planeta. Ante el mundo, el país se conoce más por sus bosques lluviosos que por sus riquezas marinas que son bastante desconocidas e inexploradas, incluso por los propios ticos por ser lugares remotos. Entre ellos se encuentra el Domo Térmico de Costa Rica, un fenómeno oceanográfico producido por los vientos y las corrientes marinas que generan florecimientos de plancton y un oasis donde navegan ballenas azules, delfines, tiburones ballena, tortugas, gran concentración de peces y mamíferos marinos; o el Golfo Dulce que ha vuelto a tener una vida marina impresionante, gracias a la eliminación de la pesca de arrastre y de palangre con carnada viva hasta 20 millas fuera de la costa.

A pesar de ser un país pequeño, del lado Pacífico existen 1.160 kilómetros de costa con numerosas bahías, golfos, accidentes geográficos y dos penínsulas por las que desfilan, cada vez con más frecuencia, grandes mamíferos marinos que pueden ser vistos desde la costa.

Entre diciembre y enero, en el Golfo de Papagayo las aguas se enfrían por la acción de los vientos alisios, y se da el afloramiento de aguas profundas que emergen a la superficie con gran cantidad de nutrientes que al contacto con la luz solar estimulan el crecimiento de algas de manera exponencial. Comienza así un efecto en cadena en el que es posible ver desde ballenas jorobadas en cortejo o cuidando a sus crías, agregaciones de mantas diablo realizando saltos acrobáticos y de cientos de delfines en las Islas Murciélago y ocasionalmente orcas que llegan hasta la costa de Guanacaste atraídas por la abundancia de mantas y ballenatos. Cada mes ocurre algún espectáculo marino que merece presenciarse.

 

Pocos saben que al menos durante seis-siete meses al año es posible ver ballenas jorobadas en el Pacífico de Costa Rica. Estas latitudes son el límite sur de la migración de las ballenas del Ártico y el límite norte de la de las ballenas de la Antártida. Desde diciembre hasta marzo y de julio a setiembre, Costa Rica es residencia temporal de estos gigantes migratorios que a veces recorren hasta 9.000 kilómetros para llegar hasta aquí.

El avistamiento de ballenas jorobadas y diversas especies de cetáceos se ha incrementado significativamente en los últimos años y es posible encontrar machos solitarios, pequeños grupos y madres con cría desplazándose cerca de la costa o entrando a golfos y bahías a parir, a pasar la noche o a descansar de la travesía. Con un poco de suerte, pueden observarse ballenas desde la playa o colinas cercanas. Hay quienes, con solo sumergirse en el mar esnorqueleando, buceando o practicando apnea, logran escuchar el canto de los machos para atraer a las hembras. Y es que en el Pacífico de Costa Rica hay zonas de apareamiento y de crianza.

Aunque es imposible precisar cuántas de estas ballenas han nacido aquí, los botes y los operadores turísticos que se lanzan al mar en busca de resoplidos, colas y saltos acrobáticos, no dudan en proclamar “nacido en Costa Rica”, cuando ven un ballenato o una madre enseñando a su cría a ejercitar la cola, sus aletas pectorales, o a
hacer inmersiones.

La temporada de ballenas se inicia a fines de noviembre y principios de diciembre. Las ballenas jorobadas que vienen de California, de Canadá y de latitudes más al norte, comienzan a llegar cuando soplan los vientos alisios del noreste y hay un recambio de aguas en el mar. Las primeras en llegar por lo general son adultos (machos y hembras) que toman la ruta oceánica y una vez aquí, se mueven entre Guanacaste y Puntarenas. Semanas después llegan hembras preñadas, las que tal vez se aparearon en estas mismas aguas y pasaron el periodo de gestación en sus zonas de alimentación en el norte, donde abunda el krill. Suelen viajar en pequeños grupos acompañadas de otras hembras. Los juveniles no viajan, sino que comienzan a migrar a los nueve años, cuando alcanzan la madurez sexual.

El invierno boreal estimula la migración y esta coincide con el fenómeno de surgencia aquí en El Trópico. Es entonces cuando las comunidades costeras de Guanacaste, de la península de Nicoya y del Pacífico Central reciben la visita de estos seres espléndidos. Algunas más intrépidas llegan hasta Manuel Antonio y el Pacífico Central, pero en julio es cuando las ballenas de la Antártida inauguran la temporada en su propia zona de influencia: Osa, Golfo Dulce, Bahía Drake, Bahía Ballena, Dominical.

Mediante rastreo satelital, el Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales ha podido descifrar algunos enigmas de la migración de esta especie. Aunque la investigación se centró en los grupos de jorobadas que llegan a Ecuador, el uso de transmisores satelitales que se colocan en la aleta dorsal, permitió esclarecer que las ballenas sin crías migran a través de aguas abiertas a velocidades más rápidas, mientras que las ballenas que siguen amamantando a sus crías (lo hacen durante 12 meses) o que vienen preñadas, se desplazan cerca de la costa nadando más despacio. Recorren un promedio de 65 a 160 kilómetros por día. Eligen esta ruta para evadir las orcas y proteger a sus ballenatos a pesar de estar más expuestas a sufrir contaminación sónica y perturbaciones por el tráfico marítimo, las actividades pesqueras y turísticas.

 

Extraños parientes

Mantas y tiburones pertenecen al mismo grupo de peces cartilaginosos. Aparecieron en el planeta hace 400 millones de años y aunque tomaron rutas muy diferentes en la evolución, suelen asistir a las mismas estaciones de limpieza a deshacerse de parásitos y curarse heridas. También se reproducen de manera muy similar.

Los aficionados al buceo acuden a San Pedrillo, en Islas Murciélago, a disfrutar este tipo de encuentros. Las mantas gigantes (Manta birostris) se acercan nadando lentamente al sitio donde los peces mariposa, los peces ángel las aguardan para remover parásitos y partículas de suciedad que acumulan en el dorso de su cuerpo. Las mantas no dejan de mover acompasadamente sus largas aletas y permanecen un buen rato para obtener un servicio completo.

Los tiburones toro son intimidantes y esquivos. Cuando se dirigen a recibir su sesión de limpieza, desaceleran y se someten a una intervención rápida. Los peces mariposa y ángel los limpian y curan heridas, ya que por ser nerviosos e hiperactivos, la parada técnica es breve. Las Murciélago es zona de apareamiento de tiburones toro. Los machos muerden a las hembras en el cuello o en las aletas pectorales, y a veces pierden dientes durante la cópula; las hembras sufren heridas que los peces cirujanos curan afanosamente. Los tiburones martillo frecuentan su propia estación de limpieza en la Isla del Coco y entran en un estado de relajación e incluso se ponen panza arriba cuando los peces mariposa y ángel
realizan su labor.

 

Planeando su viaje a Costa Rica

 

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